lunes, 21 de septiembre de 2020

HAMBRE, ARMA DE DESTRUCCIÓN MASIVA

 


Se trata de un verdadero genocidio. Cada año mueren millones de seres humanos por no tener nada que llevarse a la boca, cuando la industria agroalimentaria genera alimentos suficientes para abastecer al doble de la población.


Las razones de esta sangrante situación nada tienen que ver con el contexto político de ciertos países ni con las condiciones climáticas, sino con un sistema económico planetario al servicio de poderosas organizaciones financieras que sólo buscan la máxima rentabilidad, por encima de cualquier circunstancia.


Es un auténtico escándalo. Cada 5 segundos un niño menor de cinco años fallece como consecuencia de la falta de alimentos. Según las últimas estimaciones de la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO por sus siglas en inglés), alrededor de 1.000 millones de individuos sufren desnutrición grave y permanente. Y esto ocurre en un planeta que genera alimentos suficientes para cubrir la necesidades de 12.000 millones de humanos, casi el doble de la actual población mundial.


La política y la economía mundial están dirigidas principalmente por tres organizaciones: la Organización Mundial de Comercio (OMC), el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM). Aunque se financian con el dinero de los contribuyentes, no responden ante los ciudadanos de ningún país ni sus miembros son elegidos democráticamente. En realidad, las estructuras de estas mastodónticas y poderosas instituciones están al servicio de las grandes compañías transnacionales que, en última instancia, las dirigen desde las sombras con mano firme. Pues bien, la OMC, el FMI y el BM defienden por encima de todo, la libertad de mercado, y consideran que el derecho de la alimentación atenta contra la libre competencia. Por tanto, son grandes multinacionales de la alimentación las que dictan las reglas.


En la actualidad las doscientas sociedades más poderosas de la industria agroalimentaria controlan un 25% o más de los recursos productivos del planeta. Detentan un monopolio de facto sobre toda la cadena alimentaria, desde la producción, la venta, pasando por la manufactura y la distribución. Sus beneficios son astronómicos, hasta el punto de que manejan activos financieros mucho mayores que el PID de muchos países.


Los gobiernos de los estados más poderosos de nuestro planeta están planamente informados del drama del hambre, pero su postura oficial –conocida como <<consenso de Washington>>- es que el problema  terminará sólo cuando exista un mercado mundial totalmente libre, no susceptible de regulación. Desde este punto de vista, cualquier intervención estatal en el juego del libre comercio es considerada un escollo para la solución de tal peliagudo asunto.


¿Les suena esta filosofía? Si, la misma que se aplicó al sistema bancario. Como consecuencia de ello, los accionistas y directivos de las grandes organizaciones finalmente obtuvieron beneficios millonarios. Eso sí generando una gran burbuja económica que devino en la brutal crisis de 2008 que aún estamos pagando y que se ha amplificado con la pandemia.


Las desregulación del comercio alimentario, supone que las grandes transnacionales pueden entrar en un determinado país destruyendo su mercado interno. Para ello no dudan en emplear la técnica del dumping, bajar los precios de ciertos productos que pretenden introducir en una nación para acabar con la competencia. Una vez que lo han conseguido, compran a precio de saldo todas las empresas locales dedicadas a producir esos bienes, pues acaban quebrando al no poder rivalizar con las grandes corporaciones. De este modo, terminan haciéndose con el control de un mercado sin competencia, imponiendo unilateralmente los precios de unos artículos que, siempre serán los más altos posibles.


La demostración empírica de que las grandes transnacionales agroalimentarias ejercen un control absoluto sobre las decisiones políticas de gobiernos institucionales, es que las naciones más poderosas de la Tierra siempre se han negado a ratificar el Pacto Primero de las Naciones Unidas, relativo a los derechos económicos, sociales y culturales, pues la firma de dicho acuerdo acarrea una serie de obligaciones. Por ejemplo, respetar el derecho de alimentación de los habitantes de su nación y protegerlo si intereses espurios atentan contra el mismo. Pero los signatarios también se comprometen a combatir cualquier hambruna en el mundo siempre que el gobierno local no pueda hacer frente al desastre con sus medios.


Los países que no han ratificado este tratado, como EEUU, Gran Bretaña, Canadá, o Australia, entre otros, consideran que la firma del mismo constituye un gran atentado contra la libertad de mercado. Para muestra un botón: en 2005, la OMC intentó que se prohibiese la donación de alimentos a campos de refugiados y zonas devastadas por hambrunas, pues esta práctica <<pervertía las normas del juego de libre mercado>>.


Un famoso estudio elaborado por la ONG Oxfam demostró que durante la década 1990-2000, en todos los países pobres en los que el FMI había impuesto planes de austeridad, con el fin que pagaran religiosamente su deuda externa, la inmensa mayoría de sus poblaciones sufrieron hambre y carestía de los bienes básicos para la subsistencia humana. La realidad es que el principal cometido es que las naciones del Tercer Mundo sufraguen sus compromisos con los estados más poderosos del planeta, que asciende a más de dos billones de dólares.


Periódicamente, el FMI refinancia la deuda de las naciones del Tercer Mundo, pero a cambio impone que estos países abran su mercado a las multinacionales, acabando con las regulaciones o cualquier tipo de arancel o política proteccionista. Como consecuencia de estas medidas, la industria interna acaba sucumbiendo ante el poderío de las grandes empresas transnacionales las cuales, como hemos explicado no dudan en aplicar en dumping.


El FMI también impone a los gobiernos de los países pobres toda una serie de planes de ajuste estructural (PAE), que ahora también se están aplicando en ciertos países del sur de Europa, como España. Tal como escriben Ana Cuevas y Javier Marijúan en el artículo llamado Causas Estructurales. Las mentiras de la crisis alimentaria.


A principios de 1980, el estado de Zambia subvencionaba en consumo de maíz en un 70%. Los productores también eran subvencionados. La venta en el mercado interior y las exportaciones hacia Europa –en los años de fastos- las regulaba una oficina del Estado., el Marketing Board. Las subvenciones sumadas, y los consumidores y productores, absorbían poco más del 20% del presupuesto del Estado.


Sin embargo, llegó el FMI y acabó aboliendo los subsidios. También suprimió las ayudas para la compra de abonos, semillas y pesticidas. Como consecuencia, se generó una grave crisis económica y las escuelas y los hospitales, hasta entonces gratuitos se volvieron de pago.


Hemos visto que el FMI impone a los países pobres que dejen de subvencionar a sus agricultores. Sin embargo, resulta chocante que el FMI aliente la cohesión de ayudas a la industria agroalimentaria de las naciones ricas. Por ejemplo, en la actualidad Europa destina unos 40.000 millones de euros a subsidios agrícolas. En resumen, los productos alimentarios del Primer Mundo, fuertemente subvencionados, acaban inundando los mercados internos de los países más débiles, que no pueden ayudar económicamente a sus industrias agrícolas porque así se lo impone el FMI.

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