Pero si uno
de los muchos pequeños momentos de la última noche de Monteagudo en su
apartamento de Surfside hubiera sido diferente, dijo que hoy no estaría viva.
Sus tarjetas de crédito y pastillas ya estaban en su bolso, revisó la puerta de
su balcón y encendió la vela de la Señora Guadalupe, considerada un símbolo
nacional para los mexicanos y mexicoamericanos, así como una importante figura
católica. Se fue a la cama, pero alrededor de la 1:00 de la madrugada la
despertó lo que ella llamó una “fuerza rara”.
“Es como si
algo sobrenatural me despertara”, recordó Monteagudo. “Sentí algo extraño y
pensé: ‘Oh, me olvidé de cerrar la puerta corrediza del balcón y el viento está
haciendo el ruido’. Traté de cerrar la puerta corredera y sentí que el edificio
se movía. La puerta no se cerraba.”
Entonces
Monteagudo escuchó un fuerte estruendo. Había una línea en la pared que
descendía desde el techo, de unos dos dedos de ancho.
“Luego
comenzó a ensancharse cada vez más mientras miraba”, continuó explicando Monteagudo.
“Algo me dijo, tienes que correr. Tienes que correr de inmediato. Corrí a mi
habitación, me quité la bata y me puse cualquier vestido y sandalias. Corrí a
la mesa del comedor, cogí mi bolso y mis tarjetas de crédito. Cogí la llave,
apagué la vela que enciendo todas las noches por Guadalupe de México. Apagué la
vela, por si acaso.”
Monteagudo
corrió hacia las escaleras, descendiendo rápidamente. Entre el sexto y el
cuarto piso, hubo un ruido, y se dio cuenta de que el edificio se estaba
derrumbando. A la mujer le preocupaba que la aplastaran.
“Pensé que
si estaba bajando y bajando, bajando, bajando como un efecto dominó”, detalló
Monteagudo. “Tenía miedo de que me aplastaran. Seguí gritando: ‘Dios, ayúdame,
por favor ayúdame. Quiero ver a mis hijos, quiero ver a mis nietos, quiero
vivir, por favor ayúdame, Dios ‘.”
Cuando
Monteagudo finalmente escapó por una puerta, tenía agua hasta los tobillos y
cables flotando alrededor de ella. Se encontró con un guardia de seguridad.
“Me dijo,
‘mamá, mamá, vamos, esto es un terremoto’”, agregó la superviviente. “Dije:
‘No, no es un terremoto, es el edificio que se está cayendo’.”
Había una
pared que necesitaba trepar, luego un abismo de varios metros de ancho. El
guardia de seguridad la instó a saltar.
“Pero no
podía saltar”, enfatizó Monteagudo. “Vi un trozo de columna, puse un pie sobre
ella, subí y me encontré en medio de la calle.”