Construido en 1923 por una firma alemana e inaugurado en 1927, dicen que el artífice de esta belleza hacha piedra fue el arquitecto Carlos Arturo Tapias, aunque otros aseguran que en realidad fue obre de Pablo de la Cruz. Lo que sí sabemos es que la iniciativa corrió a cargo del entonces presidente Pedro Nel Ospina. La idea era hacer una estación de tren que sirviera de parada para el ferrocarril del sur, pero la hermosura de su mirador y elegancia arquitectónica pronto atraerían la atención no sólo de los viajeros que se detenían en aquella estación y se asomaban a admirar la catarata, sino de cientos de personas llegadas de todas partes, motivo por el cual acabó convirtiéndose en un hermoso hotel. Todavía hoy produce asombro pensar cómo en un tiempo en el que no había carreteras y acceso a la zona era tan dificultoso, pudo llevarse tamaña empresa constructora. Más si pensamos en el resultado de la misma.
En mitad de un paraje
montañoso, a ras de un acantilado en el que se asoman todos los vértigos, el
Hotel del Salto, un edificio de estilo francés y emplazado en un lugar
extraordinario, abre su mirador frente a una cascada de 157 metros, en la que
abisman las aguas hacia un ineludible destino, elegido por los suicidas que
acuden hasta allí. En este contexto, los relatos sobre espectros y fenómenos anómalos
que rodean al establecimiento cobran más sentido.
Para los lugareños,
estos fantasmas no son sino las almas en pena de quienes acudieron a este escenario
decididos a poner fin a sus vidas. No sin motivos, el fondo de tanta angustia,
la base de la cascada, acabó bautizándose como “Lago de los muertos”.
Tiene alrededor de 1470
cuadrados distribuidos en cinco niveles y construidos sobre el mismísimo abismo,
no podían pasar desapercibidos en aquella época. Personalidades y miembros de
la élite y las clases sociales más adineradas, se alijaron en aquel lugar que
otrora fue de ensueño. La decadencia llegó con la contaminación de las aguas y
la considerable disminución del caudal
de El Salto de Tequendama. Aun así, el hotel mantuvo sus puertas abiertas hasta
los años 50, época en el que el Ministerio de Obras Publicas colombiano lo
vendió a un particular. A partir de esos momentos, pasó por muchas manos, hasta
llegar a la Fundación Ecológica El
Porvenir, su actual propietaria, que gestiona las instalaciones con la
mirada puesta en el futuro.
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